La Iglesia de San Fermín de los Navarros, que se levanta hoy en el número 10 del Paseo de Eduardo Dato de Madrid, es un templo neogótico en su interior y de inspiración neomudéjar en el exterior, obra de los arquitectos Carlos Velasco y Eugenio Jiménez Corera, navarro y congregante, construido entre 1886 y 1890. Es un edificio exento a pesar de su localización en un área de Madrid -el entonces llamado Paseo del Cisne, en el corazón de un barrio en expansión, Chamberí– claramente constituida por manzanas cerradas.
Una vez ultimado el pliego de condiciones facultativas y económicas, bajo las cuales habían de contratarse la prosecución y terminación de las obras, tres contratistas se presentaron al concurso: don Francisco Trillo, que se comprometía a realizar la obra por 200.000 pesetas; don Gregorio Pané, que pedía 197.000 y don Juan Pruneda, que señalaba como presupuesto 185.000 pesetas. La cimentación y todo el zócalo de la iglesia y pabellones vino a costar 85.617 pesetas con 64 céntimos.
El 7 de julio de 1887 firmaron la contrata los arquitectos y el señor Pruneda, que fue quien en realizó la obra. La cimentación y todo el zócalo de la iglesia y pabellones vino a costar 85.617 pesetas con 64 céntimos, Para dicha obra se empleó el sistema de administración; en cambio, el resto de la obra se hizo por contrata.
Con esta precisión de datos se recoge el relato del arranque de la obra en la historia de la Real Congregación debida a la pluma e investigación del Padre y Doctor don Pío Sagüés Azcona, O.F.M, padre espiritual que fue de la RC y Académico correspondiente de la Real A. de la Historia (Madrid, 1963)
El edificio fue construido -se recoge en otros documentos- en un solar de la Infanta Isabel de Borbón, separándolo de las medianeras de las fincas colindantes, creándose un espacio ante la fachada principal y entre las laterales y las edificaciones contiguas que permite a la iglesia desarrollar fachadas en casi todo su perímetro. A ambos lados de la cabecera, dos pabellones simétricos de dependencias se adosan al templo, creándose un patrio posterior que libera también los muros del ábside. La iglesia, por tanto, está situada en el centro del terreno, ocupando una superficie de 685 metros cuadrados, quedando el resto cercado por paredes de ladrillo en las medianerías y por una verja de hierro en su fachada.
Las fábricas -de acuerdo con las descripción del actual arquitecto del complejo, José Ramón Duralde- reproducen en cierto modo un aparejo a la toledana, con cajones de mampostería de piedra de pedernal y cadenas y verdugadas de ladrillo, apareciendo mezclado en la zona alta ladrillos ordinarios con otros esmaltados en verde y blanco, tan característicos de este tipo de arquitectura. Las cubiertas, a dos aguas con faldones laterales más bajos correspondientes a las capilla, se han constituido con estructura de madera a base de cerchas muy separadas, que soportan largas correas sobre las que se encuentran los parecillos y el entablado.
La forma de la iglesia es la de una cruz latina y crucero con bóveda estrellada en la nave alta y central, que está acompañada de otras dos laterales más bajas, en los laterales del crucero. Todas disponen de sus grandes cancelas, que forman pequeños atrios de entrada. En el interior se adoptó el estilo gótico. Todo el muro está revocado en cal imitando piedra con despiece realzado con líneas de tinta de oro. Las vidrieras de las ventanas, en arco de herradura, ostentan, entre otras representaciones, el escudo de Navarra. El retablo mayor, realizado en el siglo XX según proyecto del arquitecto José Yárnoz, incluye una escultura de bulto redondo en madera, representando a San Fermín (170 centímetros), obra de Fructuoso Orduña. Otra escultura de bulto redondo en madera (150 centímetros), representando a san Francisco Javier del mismo autor. En el crucero, escultura de bulto redondo en madera (140 centímetros), representando a la Virgen del Rosario, obra barroca del siglo XVIII.
El exterior del templo se encuentra, como ya ha quedado dicho, en la línea del mudéjar toledano, arquitectura de ladrillo de rápida construcción y bajo coste que fue proliferando en Madrid a medida que la ciudad se ensanchaba, pudiéndose incluso considerarse el neomudéjar un estilo típicamente madrileño, del que han sobrevivido muy escasos edificios.